¿Cómo afrontar las rabietas de los niños?
Sara era una niña muy buena, sus padres estaban encantados con ella. Apenas lloraba y solía jugar por su cuenta sin pedir atención. Todo era maravilloso hasta que cumplió los tres años. Allí la situación dio un giro de 360 grados. En la familia la recuerdan como la era del terror y el drama. Parecía que Sara seguía siendo tranquila y calmada, pero de golpe se ponía a chillar y a llorar y le daba igual si se encontraba en algún lugar lleno de gente. No importaba si estabas en medio de un pasillo en el supermercado, porque se lanzaba al suelo hasta que conseguía que sus padres corrieran hacia ella y le compraran lo que estaba pidiendo. Tampoco importaba si toda la familia estaba recluida en un avión, ya que si no le hacían caso, ella montaba la rabieta.
De nada servía que le dijeran que parase o la riñeran, ella seguía y le daban igual las miradas de reproche de los otros pasajeros. A los padres les preocupaba la situación y no sabían qué hacer, no tenían escapatoria y se morían de vergüenza. Estos ataques eran cada vez más continuos y por cualquier cosa. Había que hacer algo para frenar esa situación, pero los padres no sabían el qué. Al final optaron por hacer lo que no habían hecho hasta entonces, por hacer las cosas completamente al revés de lo que estaban haciendo. Y, ¿sabéis que? ¡Funcionó!
Los tres años es una edad muy crítica, es en esa edad donde llegan las rabietas para incomodarnos a todos. Los niños y niñas de esa edad no controlan sus emociones y acaban descubriendo que, en la mayoría de los casos, las rabietas son un arma muy efectiva. Con ella llaman la atención de sus padres y terminan consiguiendo lo que quieren porque la mayoría de ellos acaba por ceder ante tal ataque. O simplemente ponen a prueba a los padres para ver hasta dónde pueden llegar.
Cuando surgen las primeras rabietas se debe de llevar a cabo una especie de “psicología inversa”. Es decir, lo normal sería hacer como hacían los padres de Sara: correr hacia la niña y calmarla o darle lo que pide para que pare con esa tortura. Pues lo estamos haciendo mal: debemos no hacerles caso y girar la cabeza hacia el otro lado, como si no fuera con nosotros el asunto. Da igual lo que piense la gente o si parecemos malos padres, más vale este pequeño momento de tensión que no un montón de momentos vergonzosos a raíz de las rabietas. El niño/a, al ver que con eso no consigue nada, no lo volverá a hacer porque verá que no consigue su premio, que es la atención de sus padres.
Otra cosa que podemos hacer es abrazarle muy fuerte mientras llora y que no se mueva. Pero sobre todo no tenemos que gritarles, ya que primero se tienen que calmar y una vez calmados les hacemos caso. Les podemos reñir o intentar que razonen acerca de su comportamiento. En ese momento debemos aprovechar para inculcarle una disciplina, que es distinto a castigar al niño/a. Debemos enseñarle que todo tiene un límite y que no se puede pasar con su conducta.
Para la familia de Sara esta época ya pasó, pero aún la recuerdan con cierto temor por todo el estrés que sufrieron, ya que cuando se da una situación como esta, los padres no saben qué hacer.