Draculín, un vampiro peculiar

Érase una vez, en el nada lejano país de la imaginación de los niños, un colegio muy especial, conocido como Monsterschool. Aquel colegio era como cualquier otro colegio, salvo por sus estudiantes. A Monsterschool no acudían niños normales, entendiendo como niños normales a cualquier niño humano.

En Monsterschool estudiaban monstruitos: niños lobos, brujas, zombies, pequeñas momias y draculillas de afilados dientes. Los monstruos más monstruosos, esos que un día habitaron las pesadillas de los más pequeños, cursaban allí sus estudios monstruiles: hechizos, encantamientos, sustos temerarios, mordiscos vampiriles… eran algunas de las asignaturas más aterradoras.

Nuestro prota es justo uno de esos vampirillos. Bueno, exactamente, no es nuestro prota sino el del sueño de un niño, porque como recordarán este mundo solo existe en la imaginación de los niños… Nuestro vampirillo, conocido como Draculín, andaba triste; hacía mucho que soñaba con el día que por fin pudiese entrar en Monsterschool, contaba los días para poder aprender a hacer hechizos, maleficios, y sobre todo a dar mordiscos vampiriles…

Sin embargo, ahora algo había cambiado, ahora temía su ingreso; estaba asustado con ese primer día de cole y con no estar a la altura del resto de los monstruos, ni de su larga saga familiar… Draculín estaba triste porque su rasgo más preciado, aquel por el que sus antepasados habían sido conocidos a lo largo de la historia no lucía como debía. Ahora sus dientes tenían unas tirillas metálicas, que el dentista de Monstruolandia había hecho específicamente para él, y a las que su madre: la condesa Draculina, llamaba brackets.

Draculín era el primer miembro de su familia, quienes eran conocidos como los vampiros más temerarios del mundo mundial de las pesadillas, en llevar aquellos alambres y se avergonzaba por ello.

―¡Soy un vampiro! ¡Soy el rey de las tinieblas! ¿Cómo voy a asustar con estas tirillas en mis dientes?

―Draculinito mío―dijo su madre.

―¡Mamá, no me llames más así! ¡Ya tengo seis años! ―se quejó Draculín.

―Muy bien, Draculín―corrigió su madre sin poder evitar una sonrisa que mostraba sus blancos y puntiagudos colmillos. ―Precisamente, tienes esos brackets para poder tener unos dientes como los míos; solo así lucirás unas hermosas hileras de dientes blancos y con un par de colmillos afilados―terminó de explicar su madre.

Sin darse cuenta, llegó el ansiado día…digo…noche, porque esa es otra de las peculiaridades de este cole: las clases son por la noche. Draculín entró en el cole tras respirar profundamente para darse ánimos a sí mismo, cuando lo saludaban él devolvía el saludo tapándose la boca con su capa. Así se aseguraba de que nadie pudiera ver los alambres en sus torcidos dientes, hasta que Niñolobo se acercó a él y preguntó:

―¿Por qué te tapas con la capa tu boca? ¿No sabes que así no te entendemos?

―No es por mi capa, es por esto―explicó Draculín enseñando sus plateados dientes.

―No entiendo.

―¿No ves mi boca? ¡Soy la deshonra de mi linaje!

―No digas tonterías. Mira mis piernas. ¡No tengo pelos! ¡Yo soy el nieto del terrorífico Hombre Lobo! Y mira a Momia, no lleva sucias vendas sino sedas de colores porque tiene piel atópica. ¿Y has visto a Zombie? No creo que haya visto a nadie más limpio y peinado que él.

―Vaya, ¿entonces cómo vamos a dar miedo a los niños?

―Draculín, ya nosotros no damos miedo. Ahora los niños se visten como nosotros y celebran el día de los monstruos

―Y entonces, ¿a quién temen?

―¡A las caries!

―¿Y esas quiénes son?

―Unas que salen en los dientes si comes muchas chuches, pero ellos saben cómo combatirlas.

―¿Cómo?

―¡Con el cepillo de dientes! ―clamó Niñolobo.

El cepillo de dientes, el cepillo de dientes…el cepillo de dientes resonaba una y otra vez en su cabeza haciendo despertar a Jacobo, porque aquella conversación entre los monstruos de sus sueños le recordaron que no se había cepillado los dientes antes de acostarse…

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… y a quien no se lave los dientes las caries lo tendrá aterrorizado…