El arcoiris de Paula
Paula llevaba triste unos días. Ya no sonreía, sus grandes ojos ambarinos lucían tristes, ya no se le hacían los hoyuelos junto a la comisura de sus labios. Aquel cambio de humor no había pasado desapercibido, nadie recordaba ver a Paula tan triste, seria y tan poco parlanchina. ¡Si hasta en sueños hablaba!
– Paula, no te vayas. Espera un momento, necesito hablar contigo. –le dijo Matilde, su tutora, cuando todos salían al patio.
Paula no se quejó, estaba extrañada porque no recordaba haber hecho algo mal pero se esperó en su sitio hasta que Matilde la llamó.
– ¿He hecho mal, seño? – preguntó Paula con cara de preocupación.
– No, claro que no, ni mucho menos – contestó una sonriente Matilde -. Solo necesitaba saber qué te pasa, últimamente te noto triste.
– Bueno, sí – respondió Paula con lágrimas en los ojos, emocionando a su tutora.
– Eh, ¿qué pasa? – preguntó secándole las tímidas lágrimas que comenzaban a rodar por sus mejillas.
– Me van a poner aparato en los dientes – casi hipó Paula arrancándole una sonrisa a Matilde -. ¡Voy a estar horrible! – confesó en un suspiro.
– Cariño, ¿lloras por eso? Mira mis dientes – comentó Matilde mientras le enseñaba sus perfectos y blanquísimos dientes.
– Son muy bonitos, seño, no como los míos. – dijo Paula enseñando sus dientes.
– Mis dientes sí que eran feos, si ahora luzco esta sonrisa es gracias a los brackets y, bien feos que eran los aparatos dentales cuando yo era pequeña. Ya me hubiese gustado a mí poder usar los de ahora. –le contó Matilde con una sonrisa-.
– No te voy a engañar, al principio te vas a sentir muy rara con los brackets, vas a tener hasta que aprender a hablar con ellos y también tendrás que aprender a limpiártelos y, cariño, al principio incluso te puede doler un poco pero ya verás que poco a poco te acostumbras a ellos y, de aquí a un tiempo tendrás la sonrisa más bonita que jamás hayas visto.
Paula sonrió, aquella era la primera vez que lo hacía en toda la semana, abrazó a su tutora antes de salir corriendo al patio, aún le quedaba unos minutos antes de que sonara el timbre del final del recreo.
Un par de semanas después, Paula se miró al espejo nuevamente mientras su hermana pequeña volvía a pedirle que le enseñara sus dientes. Nada más sonreír la luz se reflejó en los minúsculos brackets de colores que el día anterior le habían puesto.
“La seño tenía razón, molesta un poco pero tampoco tanto, y son muy monos. ¡Tienen tantos colores!”, pensaba Paula mirándose al espejo.
-Pauli, enséñame tus dientes otra vez – pidió Helena -. Jo, yo también quiero tener el arcoíris en mi boca. ¡Mamáááá…¡
– Dime Helena – respondió su madre antes de meterles prisa para ir al cole.
– ¿A mí me van a poner unos colorcitos como los de Pauli?
– Pues, espero que no.
– Jo, mami, eso es injusto – se quejó la pequeña de cinco años- . ¡Yo también quiero tener el arcoíris en mi boca! Si tuviera esos colorcitos seguro que Dani me prefería a mí y no a Ana.
– Anda…anda, esto es lo que me faltaba por oír- rió la madre -. Vamos, o se nos hará tarde.
Nada más llegar al colegio las amigas de Paula se acercaron a ella, todas querían ver sus recién estrenados brackets, ella era la primera de la clase en llevar uno. Paula era el centro de atención, todos querían ver aquellos curiosos alambres de colores que adornaban sus dientes.
– Pauli- gritó Helena corriendo hasta su hermana y sus amigas llevando consigo a un nutrido grupo de niños de su clase.
– ¿Qué pasa Helena?
– Enséñale tus dientes a mis amigos, quiero que todos vean como llevas el arcoíris en tu boca.
Paula sonrió, le hacía gracia las palabras de su hermana, justo en ese momento un rayo de sol daba directamente en su cara haciendo relucir su colorida sonrisa.
– ¡Halaaaaa!- corearon los amigos de Helena.
– ¿A qué es lo más chulo que habéis visto? –emocionada gritó Helena. – ¡Yo también quiero un arcoíris!
– ¡Y yo! ¡Y yo! – clamó el resto…