Jacobo en busca del diente perdido

Jacobo llevaba semanas esperando la caída de su primer diente, no dejaba de mover con la punta de su lengua la paleta que había comenzado a moverse. Jacobo estaba desesperado, ¡Pérez había visitado a todos los niños de su clase menos a él! Por eso, aquella mañana, cuando dando el mordisco a una galleta notó la caída del diente, gritaba de alegría:

―¡Ya ha caído! ¡Ya ha caído! ―gritó dando tres vueltas alrededor de la mesa de la cocina y revolucionando con sus gritos y carreras a su hermana pequeña y a Akela, el cachorro de labrador que hasta hacía un instante buscaba miguitas bajo la mesa.

Los padres de Jacobo, alertados por los gritos y las carreras, entraron corriendo en la cocina temiendo el inicio de cualquier cataclismo.

 

―¿Qué ocurre? ―preguntó el papá de Jacobo con la boca llena de pasta de dientes.

―¿Qué sucede? ―quiso saber su madre mientras terminaba de abrocharse la falda.

―¡El diente! ¡Mi diente se ha caído! ―exclamó eufórico Jacobo, notando como la lengua intentaba colarse por aquel huequecillo―. ¡Por fin Pérez vendrá a visitarme!

―¡Pérez… Pérez! ―repitió su hermana pequeña dando palmas y acompañada por los ladridos de Akela, que se sumaba a la fiesta de sus hermanos humanos.

―¿Qué me traerá Pérez? ¿Meto el diente ya bajo la almohada? ¿Y si no puede colarse bajo mi almohada para cogerlo? ¿Y si se asusta porque Akela intenta olerlo? ―Jacobo encadenaba una tras otra las preguntas.

―¡Akela es bueno! ―reivindicó la pequeña Laura acariciando a su querido perro.

―Calma, Pérez no se asustará por Akela, él está acostumbrado a toparse con todo tipo de mascotas en las casas ―dijo el padre de Jacobo.

―Papá, parece que tengas la rabia ―rio Jacobo fijándose en la espuma blanca que salía de la boca de su padre, haciendo reír a su hermana y volviendo a las carreras y gritos alrededor de la mesa.

―Niños, parad ya las carreras, por favor ―pidió la madre de Jacobo, a sabiendas de que a sus hijos poco les hacía falta para montar una revolución―. Enhorabuena, cariño ―dijo acariciando la cabeza de Jacobo―, ya eres todo un hombrecito al que se le ha caído el primer diente ―comentó dejándole un beso en la cabeza.

―¡Quiero verlo! ¡Quiero verlo! ―pidió a gritos Laura, que estaba emocionada con la caída del diente de su hermano y la llegada de Pérez―. ¿Podremos esperar despiertos a Pérez? Me gustaría conocerlo.

―No ―contestó la madre―, Pérez, como todos los seres mágicos, no visita las casas hasta que todos sus habitantes duermen.

―Mira ―dijo Jacobo abriendo su mano y enseñándole su tesoro.

―¡Hala! ―exclamó Laura―. A ver…

 

Jacobo no tuvo tiempo de reaccionar, Laura le había quitado el diente de la mano y corría alrededor de la mesa con su más preciado tesoro.

―¡Dámelo! ¡Es mío! Si no hay diente no viene Pérez.

―Déjamelo un poquito ―dijo, mientras su hermano la alcanzaba haciendo que se tambaleara y que el diente se precipitara al vacío.

―¡Mi diente! ¡Eres una tonta!

―¡Jacobo! ―gritaron sus padres.

―¡Ha tirado mi diente! ―lloriqueó―. Si no tengo diente no vendrá Pérez ―casi balbuceó, porque el llanto comenzaba a aflorar en sus ojos.

―Ya lo buscamos entre todos, no pasa nada ―respondió su padre poniéndose a cuatro patas para buscar el diente.

―¡No os mováis! ―dijo la madre haciendo lo mismo.

 

Laura se había quedado paralizada, y comenzaba un silencioso llanto porque no quería que Pérez no visitara a su hermano. Akela no sabía a cuál de los dos hermanos lamerle las lágrimas. Los padres buscaban y buscaban pero el diente no aparecía, podía haber saltado a cualquier sitio.

 

El papá de Jacobo miró las patas de Akela por si lo llevaba en ellas, pero nada, en el cuenco de su comida, bajo las sillas y la mesa, pero el diente no aparecía.

 

―¡Es inútil! ¡No lo encontraremos y Pérez no vendrá!

―Ya verás que sí ―intentó consolarlo su madre.

―Todo por culpa de esta pulga enana que quiere cogerlo todo ―dijo señalando a su desconsolada hermana.

―Ha sido un accidente ―entre hipidos dijo Laura―, yo no quería tirarlo.

―Si no lo encontramos le dejaremos una nota a Pérez ―dijo su madre intentando salvar la situación.

―No, eso no vale. La abuela me contó que Pérez solo deja regalos a cambio de dientes y el diente debe de estar bajo la almohada antes de salir la luna, si no, él no sabrá que debe ir a tu casa.

 

De pronto Akela comenzó a ladrar y a mover el rabo mientras parecía olisquear algo bajo la nevera. Jacobo corrió junto a su fiel compañero de juegos.

 

―¿Lo has encontrado? ―preguntó lloroso mientras se agachaba junto al labrador para mirar bajo el pequeño hueco de la nevera y ver su pequeño tesoro―. ¡Sííí! ―gritó ya con su diente en la mano, acariciando la cabeza de su perro―. ¡Eres el mejor! ¡Pérez vendrá a casa! ―gritó, mientras se daba cuenta que Laura lloraba desconsolada en una esquina―. Lo siento, Laura, no tenía que haberme enfadado contigo.

 

Los dos hermanos se abrazaron mientras Akela intentaba chuparlos, para diversión de ellos.

 

―Creo que mejor dejo ya el diente bajo la almohada para que no vuelva a perderse.

 

Aquella noche Jacobo, Laura y Akela se acostaron bien temprano deseosos de poder ver a Pérez en su visita nocturna… Colorín colorado este cuento se ha acabado y al que no levante el culete se le quedará pegado.